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La palabra que nos salva[Víctor Pardo Lancina]
Víctor Juan Borroy es profesor de la Universidad de Zaragoza, director del Museo Pedagógico de Aragón, director de la revista Rolde y autor de varias obras de ensayo dedicadas a la investigación pedagógica y la recuperación de las grandes figuras de la enseñanza aragonesa del primer tercio del siglo XX. Nadie conoce como él el mundo del Magisterio de esta época truncada por la Guerra Civil, y el alcance de figuras de la relevancia de Pedro Arnal Cavero, María Sánchez Arbós, Simeón Omella, Telmo Mompradé o los hermanos Carrasquer, tanto Félix como Paco Carrasquer, y naturalmente Ramón Acín y otros a los que luego me voy a referir.
Ha escrito decenas de artículos a propósito de estos grandes maestros, ensayos en los que ha analizado la influencia de las nuevas corrientes pedagógicas en la escuela heredera de la Institución Libre de Enseñanza y de entre su abundante producción investigadora y ensayística me permito señalar un libro capital, La tarea de Penélope. Cien años de escuela pública en Aragón, editado en la Biblioteca Aragonesa de Cultura en 2004, libro de lectura insoslayable para comprender el mundo de la instrucción pública y el estado actual de cosas en esta materia.
Pero sobre todo, Víctor Juan es maestro, es un buen maestro de futuros maestros y por eso predica con el ejemplo. Y cuando les cuenta a sus alumnos que Ramón Acín salía con los suyos de las mismas aulas donde él imparte ahora clases y los traía al parque para hablarles de la naturaleza y contagiarles el amor por el nombre de las cosas y la instrucción al aire libre y liberador... entonces, cuando llega esa lección, Víctor viene aquí, a este parque que diseñó Acín, y explica las Pajaritas, el significado de una escultura que es memoria histórica y evocación de una época.
«Vamos a las pajaritas –escribe Víctor– para hablar de Ramón Acín, para repetir su nombre en ese espacio que él imaginó, para hacerlo presente con palabras. Vamos al parque, en definitiva, para cultivar la memoria. Les cuento lo que pasó. Para mí lo esencial es poner a los alumnos cerca de las cosas que estimo valiosas. Les hablo de Ramón Acín porque conocer esa historia les hará mejores. Ése es justo mi compromiso.»
Y son precisamente esas Pajaritas de Ramón Acín las que le han susurrado la novela que hoy nos convoca aquí, y son las pajaritas las que han ido apuntándole a Víctor los nombres que aparecen en su primera novela, y son todos esos nombres y esos personajes y esas circunstancias las que han ido tirando del maestro y lo han convertido en un gran escritor también de ficción. La prueba es esta primera novela, titulada certera, oportuna e inevitablemente Por escribir sus nombres. Novela que vino al mundo para traerle a su autor un premio, el haber sido finalista del Novela Corta Ciudad de Barbastro de 2005.
Esta novela, por tanto, tenía que ser presentada aquí, en el parque, cerca de las Pajaritas o Pajaricas, como también las llamaba Ramón Acín, y además requería de un fondo musical, el lied «La última rosa del verano», de la ópera Martha, de Friedrich von Flotow, que es la música que sonaba en una cajita en casa de Ramón Acín. Es la melodía, triste melodía de la caja de música con la que jugaban Katia y Sol en la calle de Las Cortes. Víctor recuperó la música, escuchó con atención los susurros de las pajaritas, contempló el cielo de Huesca camino de las aulas de la Escuela de Magisterio y escribió todos los nombres en una hermosa novela: Ramón Acín, Concha Monrás, Telmo Mompradé, Simeón Omella, Juan Arnalda, Máximo Franco, Evaristo Viñuales, Agustín Remiro, María Sánchez Arbós, Violeta y Rafaela Barrabés Asún... y sobre todo, Francisco Ponzán Vidal, Paco Ponzán y Palmira Plá.
La escritura, la palabra, los nombres, nos salvan. Porque las palabras, dice Víctor, siempre son más que palabras, y en su obra claramente adquieren una dimensión moral puesto que no sólo sirven para explicar y explicarnos, también para recuperar la memoria histórica, para rescatar del pozo del olvido el ejemplo ético de personajes que han luchado por la causa de la justicia y la libertad sin buscar más recompensa que la de devolvernos la dignidad arrebatada. Personajes a los que la sal del olvido ha tratado de silenciar pero a los que las palabras de Víctor han recuperado para todos nosotros.
Personajes como Evaristo Viñuales, gran amigo de Ponzán –ambos discípulos de Acín–, con el que a menudo fue detenido con motivo de algaradas estudiantiles o por su apoyo a huelgas y participación en mítines y acciones anarquistas. Evaristo Viñuales y quien sería jefe de la 127 Brigada Mixta, conocida como la «Roja y Negra», Máximo Franco Cavero, nacido en Alcalá de Gurrea, se suicidaron, cogidos de la mano izquierda y empuñando la pistola con la derecha, el 1 de abril de 1939 en el puerto de Alicante, para evitar su detención por las tropas de Franco. «Ésta es nuestra última protesta contra el fascismo», dijo Evaristo antes de apretar el gatillo.
Personajes como el zapatero nacido en Apiés Juan Arnalda, que compartió prisión con Acín por su militancia anarquista y que en abril de 1936, mitineó por distintas poblaciones aragonesas con su compañero Acín, con Francisco Ponzán, Aurelio Blasco, Miguel Abós y Lamberto Carrato. Arnalda permaneció escondido en casa de Ramón Acín hasta el día anterior de la detención y asesinato del gran artista. Tipos como los hermanos Barrabés, Juan Manuel y Faustino, activistas y hombres de acción que escaparon a la detención de la policía, pero no pudieron evitar que sus hermanas Violeta y Rafaela fueran apresadas y fusiladas por su militancia en las Juventudes Libertarias.
Desfilan por la novela de Víctor Juan maestros pioneros como Simeón Omella, el maestro de Plasencia del Monte que introdujo el método de la escuela Freinet, María Sánchez Arbós –¡qué lástima que el último colegio público inaugurado en Huesca no lleve su nombre y le hayan dado ese tan insulso y políticamente correcto de «Pirineos-Pirinees»–. María Sánchez Arbós, maestra, profesora de bachillerato y de Magisterio, vinculada con la Institución Libre de Enseñanza y el Instituto Escuela, una mujer moderna y comprometida que sufrió los rigores de la depuración franquista y el extrañamiento social por su actitud militante y valiente.
Dice Víctor a propósito de su primer encuentro con Palmira Plá: «Sus palabras proyectaban con nitidez una pasión fresca y juvenil por la enseñanza que dejaba bien clara la importancia que para ella tenía la escuela y la educación. Sostenía que los maestros podían influir en la vida de sus alumnos. Cuando me puso como ejemplo de esta influencia a Ramón Acín y a Paco Ponzán, tuve que darle la razón. Defendía que la auténtica revolución era la de la enseñanza y que todas las reformas pedagógicas tenían que nacer en el corazón de los educadores».
Así está escrito este libro, con corazón, con pasión, con coraje y con palabras que emocionan y a menudo sobrecogen. No puedo dejar de señalar el estremecedor momento de la detención de Ramón Acín: «Cuando vieron aparecer a Ramón Acín en la sala [acaba de abandonar su escondite porque no soporta las palizas que propinan a Concha], se abalanzaron sobre él, apenas le dejaron respirar. Llevaba puesta una chaqueta de pijama. Por el bolsillo asomaban los lápices de colores que le acompañaban permanentemente, unos lápices que eran herramientas y sus únicas armas. No dejó de mirar a Conchita ni un instante, a pesar de los golpes, a pesar de los insultos. La miraba como si ella pudiera leer su mirada y él pensaba que nunca la había amado tanto. (...) Sonaron los disparos y la sangre se mezcló en la tierra. Se apagó la luz y las manos creadoras se quedaron para siempre quietas y los labios inertes y la mirada rota... Concha Monrás fue fusilada junto a otros 97 republicanos oscenses, el día 23 de agosto de 1936. Algunos años más tarde, el sepulturero indicó a la familia el lugar preciso donde estaba enterrado Ramón Acín. Cuando exhumaron sus restos encontraron la camisa de pijama que llevaba puesta cuando lo arrancaron de su casa. Por uno de los bolsillos asomaban los lapiceros de colores que eran sus herramientas y sus únicas armas.»
Por escribir sus nombres narra la historia de un profesor de 40 años, que llega a nuestra ciudad tras sufrir desengaños personales y quiebras sentimentales. Conoce a través de un tipo de Huesca, un republicano quizá reconocible ya que se llama Víctor Lancina, conoce a Irene, abogada y propietaria de una librería, una atractiva mujer con la que inicia una intensa relación.
Al tiempo se cuenta en paralelo otra historia, en realidad la gran historia del libro que es la de Paco Ponzán y Palmira Plá.
Francisco Ponzán Vidal –precisamente en el mundo del activismo político se le conocía como «Vidal»– es una de las más atractivas figuras del ambiente político y del ámbito de relaciones de Ramón Acín durante los años de la República. Nacido en Oviedo en 1911, por exigencias del trabajo de su padre, empleado en la Compañía ferroviaria Caminos de Hierro del Norte, vino a Huesca a los dos años y se consideraba oscense por los cuatro costados. El padre murió cuando Paco tenía 7 años y su madre, que era una mujer muy religiosa lo llevó a los Salesianos donde estudió el bachillerato y de donde finalmente fue expulsado. Estudió Magisterio y allí conoció a Ramón Acín y se inició en la militancia anarquista. Ponzán fue un hombre de acción, intervino en huelgas y manifestaciones y fue encarcelado en varias ocasiones. El 18 de julio de 1936 comprendiendo el peligroso alcance del golpe de Estado abandonó Huesca tras una reunión en el Gobierno Civil en la que el gobernador, Carrascosa Carbonell se negó a repartir armas al pueblo para defender a la República.
Formó parte del Consejo Regional de Defensa de Aragón, que tuvo sede en Caspe y es allí donde conoce a Palmira Plá, maestra nacida en Cretas (Teruel), que había salido huyendo de la ciudad de Teruel tras la sublevación militar. Palmira, socialista afiliada a FETE, será nombrada responsable de Colonias Escolares.
Palmira y Ponzán se enamoran, y éste es el gran argumento del libro de Víctor, y la enorme historia a la que pone voz, sentimientos, luces de atardeceres cárdenos y estrellas en un cielo que cobija sueños y pesadillas. Pero la Guerra Civil, la supervivencia, la militancia anarquista de Ponzán y el compromiso socialista de Palmira, las contradicciones, las incomprensiones políticas, el riesgo constante, las largas ausencias a que obliga el trabajo de Ponzán en el Servicio de Información Especial Periférico (SIEP), encargado de acciones de sabotaje y espionaje en territorio enemigo, la guerra en definitiva... impide que esa relación pueda fructificar a pesar de los empeños personales, a pesar del amor. Así Por escribir sus nombres se convierte en un relato en el que los desencuentros nos devuelven a la realidad de un mundo en crisis.
Un mundo de perdedores, de perseguidos, de exiliados a los que la saña franquista quiere aniquilar hasta los confines de la patria que se les niega. «La cuneta estaba salpicada de cuerpos inertes. Es difícil creer que la voluntad de exterminio del ejército que ya había ganado la guerra llegara tan lejos. Aquellos hombres, mujeres y niños derrotados fueron atacados por la aviación fascista. No podían defenderse de ninguna manera. Primero escuchaban un sonido similar al zumbido de las abejas en un enjambre. Luego el ruido se hacía más intenso. Eran los motores de los aviones que volvían con su carga de muerte y destrucción. Entonces, los vencidos se tumbaban en el suelo, cerraban los ojos y apretaban los dientes. Las madres cubrían con el cuerpo a sus hijos, como si de esta manera los protegieran de todo mal. Algunos de ellos no volvían a levantarse. Cuando los aviones se alejaban empezaba el recuento de muertos y heridos. Muchos de esos españoles que habían perdido la guerra murieron destrozados por la metralla o desangrados junto a la carretera.
Una vez en Francia, Ponzán y Palmira tratarán de rehacer sus vidas, pero los campos de concentración y la invasión nazi que levanta el telón de la Segunda Guerra Mundial, se aliarán contra una relación imposible. El capítulo titulado «el grupo de Ponzán», en el que Víctor desentraña el papel de estos activistas capitaneados por el miope Paco Ponzán, involucrados en la denominada red Red Pat O´Leary, responsable de la evacuación de miles de perseguidos por el nazismo, es magnífico tanto por la capacidad descriptiva y analítica con que desmenuza a los personajes en pleno trabajo clandestino en Francia, cómo para trasladarnos la sensación de cansancio, desgaste, aniquilamiento que a menudo hace mella en los republicanos españoles más comprometidos. También en Paco Ponzán que será detenido en varias ocasiones hasta que finalmente el 28 de abril de 1943 ingresa en la prisión de Saint Michel, próxima a Toulouse de la que saldrá en agosto del año siguiente para morir asesinado sólo dos días antes de la liberación de Toulouse y una semana de la de París.
Víctor Juan nos revela los diálogos entre Ponzán y Palmira, llena de palabras los sentimientos e impulsos, describe los silencios, las emociones y los anhelos y nos atrapa con una escritura en la que late a menudo un pulso poético. Pinta los paisajes de la guerra –Huesca, Caspe, la frontera en la que Ponzán saca su pistola para convencer a un gendarme que no quiere dejar entrar a Palmira con sus niños de las colonias, los campos, la cárcel...– y dibuja los perfiles de los escenarios donde los protagonistas trataron de dar forma a su amor. También construye una historia actual recurrente y evocadora, pero una historia, al fin, que transcurre bajo el mismo cielo que miraba Ponzán.
Paco Ponzán dejó escrito en su testamento que quería reposar junto a los restos de su maestro Ramón Acín. Su cuerpo fue quemado y las cenizas, junto a las cenizas de otras sesenta personas asesinadas en la misma terrible tarde de agosto, reposan en Francia. Esta novela de Víctor Juan, Por escribir sus nombres, ha traído hasta aquí a Ponzán y de algún modo cumple su deseo, y hoy más que nunca, junto a las pajaritas en el parque. Estoy seguro también, de que su lectura cumplirá el propósito de su autor y nos hará un poco mejores.
Y no quiero dejar de formular un último deseo, Víctor Juan: confío en que muy pronto nos regales con una nueva novela.
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