Vademécum de la contienda
Víctor Pardo Lancina
[Presentación de libro de José Luis Melero Rivas en el Museo Pedagógico de Aragón y
en Aula Magna de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza]
José Luis Melero, Los libros de la Guerra. Bibliografía comentada de la Guerra Civil en Aragón (1936-1949), Zaragoza, Rolde de Estudios Aragoneses, 2006, 168 págs.
Pepe Melero es autor de: Cuentos aragoneses (1996) publicado en Olañeta, junto a José Luis Acín; José Aced, memorias de un aragonesista (1997) con José Ignacio López Susín en Rolde; Más cuentos aragoneses (2001), de nuevo Olañeta Editor y también de Leer para contarlo. Memorias de un bibliófilo aragonés (2003) en la Biblioteca Aragonesa de Cultura que dirige Eloy Fernández Clemente. Articulista brillante y prolífico ha publicado naturalmente en Rolde, El Bosque, Turia, Heraldo de Aragón...
José Luis Melero forma parte de todos los proyectos culturales aragoneses y aragonesistas desde hace muchos años y sobre todo, es uno de los fundadores y pilares de esa gran empresa cultural que es Rolde de Estudios Aragoneses, cuya revista Rolde, el buque insignia de la asociación, va camino de cumplir 30 años. Pepe Melero, además, es un experto conocedor de la jota aragonesa y ahora consejero del Real Zaragoza. Toda una peripecia vital...
Pero ante todo es un gran lector, un lector empedernido podríamos decir y un gran bibliófilo, y por esa razón escribe libros como el citado Leer para contarlo, o el que hoy nos convoca, Los libros de la Guerra Civil. Bibliografía comentada de la Guerra Civil en Aragón (1936-1949).
Una cuestión previa muy importante para comprender el alcance de esta obra, deja sentada José Luis en la introducción: No estamos ante un libro de historia, ni él es historiador. Tampoco es un ensayo sobre la Guerra Civil, sino un volumen que recoge recensiones sobre distintos libros singulares por su antigüedad o rareza, un total de 128 libros exactamente. Selección realizada por un lector, como él mismo señala, que comenta con «libertad y sin prejuicios». Éste, creo yo, bien podría ser el libro escrito por un bibliotecario muy atento, y desde luego no tengo ninguna duda en señalar que es un excelente vademécum acerca de la literatura sobre la contienda. Literatura de urgencia, propaganda de ambos bandos, relatos en primera persona interesados y parciales, novelas, poemas, glosas, ditirambos, escarnios, martirologios... de todo hay en esta muestra en cualquier caso sugerente y de una cautivadora amenidad.
128 libros, decimos, 30 del bando republicano y 98 del franquista escritos en el período de la guerra y hasta finales de la década de los 40. Libros que tratan sobre la Guerra Civil en Aragón y libros escritos por aragoneses que hablan de la guerra aunque los episodios no se sitúen en Aragón. O sea, libros aragoneses en definitiva, comentados con afán divulgativo pero sin intención de crítica historiográfica, análisis comparados o revisión histórica, como ya se ha señalado.
Este volumen echa raíces en la conferencia pronunciada por Pepe Melero en Huesca el 11 de noviembre de 2003, cuando el Centro de Estudios Senderianos que dirige José Domingo Dueñas, organizó unas jornadas tituladas Literatura, cine y Guerra Civil, que no sólo fueron reveladoras en muchos aspectos, también sirvieron para comenzar a recuperar sin miedo la memoria histórica de la ciudad poniendo nombres y apellidos a la feroz represión que llevó a centenares de republicanos a las tapias de los cementerios y las cunetas.
Pero ésta es otra historia.
Se abre el volumen Los libros de la guerra, ilustrado por cierto, por un pintor también aficionado a la historia de la Guerra Civil como es Pepe Cerdá singularizando el interés del autor por tres obras de gran relieve en el conjunto de las que anota. Tres obras que no se atienen exactamente al ámbito temporal determinado en el título, pero de un enorme interés igualmente y por tanto insoslayables en cualquier bibliografía aragonesa de la guerra: Por qué fui secretario de Durruti, de Mosén Jesús Arnal, publicada en Tárrega en 1972; 556 Brigada Mixta, de Avelí Artís Gener, conocido como «Tísner», libro editado en México en 1945 escrito en catalán y publicado en castellano en 1975, y finalmente, Yo fui asesinado por los rojos, que son las memorias de Jesús Pascual, compañero de cautiverio en el monasterio del Collell de Rafael Sánchez Mazas, que fueron publicadas en 1981.
Las referencias a estos libros nos permitirán hacer incursiones en otras obras comentadas por Pepe Melero.
En primer lugar hallamos la narración de Mosén Jesús Arnal, natural de Candasnos pero cura de Aguinaliu en julio de 1936, Por qué fui secretario de Durruti, un libro publicado en Tárrega en 1972 pero de un enorme interés por la cantidad de información que proporciona acerca de la guerra en Aragón y de la personalidad del mítico dirigente anarcosindicalista Buenaventura Durruti, que tuvo su cuartel general, como es bien sabido, en Bujaraloz. Pepe siempre ha manifestado un indisimulado aprecio por la figura de Jesús Arnal y le ha dedicado su atención a través de distintos artículos y trabajos.
En su libro nos cuenta Arnal detalles de la vida en el frente, así como las encomiendas de Durruti, como por ejemplo poner orden en las filas anarquistas ante las requisas indiscriminadas y saqueos, o llevar de vuelta a Barcelona a las mujeres «que pudren a la tropa» y que habían llegado enroladas como milicianas causando estragos venéreos en las filas de voluntarios. Estragos que obligaron a abrir un hospital ex profeso para estos males en la requisada casa de Inán, en la calle de San Roque, a buen seguro conocida con otra denominación entonces.
La historia de Jesús Arnal, salvado por Durruti de las iras anticlericales de los incontrolados, que ya se habían llevado por delante al párroco titular de Bujaraloz Jesús Franco Pallás, siempre me recuerda la historia de otro cura del que apenas se ha escrito y por tanto no ha gozado de la fortuna crítica de Arnal, el cura de Albalatillo José Til Aso, quien recibió la protección del comandante jefe del aeródromo de Sariñena, Alfonso de los Reyes González, militante comunista del PSUC. Til Aso, que huía del comité de su pueblo que había quemado la iglesia y le obligaba a casarse con su casera, fue empleado por el comandante Reyes en el servicio administrativo del campo de aviación, otorgándole de este modo su protección y ayuda. ¡Lástima que no escribiera las vicisitudes de su estancia en el aeródromo! Allí, se daba la paradoja de que Alfonso de los Reyes oficiaba bodas civiles de las que era secretario y notario el cura José Til Aso.
En este libro de Pepe Melero se habla mucho de curas, del patriota de derechas Cruz Laplana, chistavino, obispo de Cuenca por cuya «voluntad expresa» concurrió José Antonio Primo de Rivera como candidato conquense cunero, en cualquier caso en las elecciones de febrero de 1936. Recoge, asimismo, el oscuro opúsculo redactado por el doctoral de la Catedral de Huesca Antonio Pueyo Longás, Sangre de mártires. Oración fúnebre que se pronunció en los solemnes funerales que mandó celebrar el obispo de Huesca Excelentísimo y Reverendísimo Sr. Doctor Don Lino Rodrigo Ruesca, en sufragio de las almas de los Sacerdotes de la Diócesis asesinados por los rojos.
Bien distinto es el caso del párroco de Broto Cándido Nogueras Mateo, hermano de Julio Nogueras que fue fusilado en Huesca el 8 de agosto de 1936. Cándido Nogueras, según nos cuenta Bonifacio Fernández Aldana en su clásico La guerra en Aragón. Cómo fue... recogido igualmente por José Luis, salvó la vida por su ideología de izquierda y se sumó a las labores del comité actuando también como secretario.
Cuando acabó la guerra según me contó en una entrevista Damián Iguacen Borau, cura nacido en Fuencalderas que llegó a ser obispo de Tenerife Cándido Nogueras fue enviado «castigado» o «desterrado» a la parroquia de Santa Engracia, aquí en Zaragoza, parroquia que se encontraba bajo la jurisdicción del obispado de Huesca. Nogueras se dio a la bebida y al juego, enloqueció y murió.
Otro religioso que trae el volumen a colación, el obispo de Barbastro Florentino Asensio Barroso, que murió fusilado el 9 de agosto de 1936, si bien antes sufrió terribles torturas, de acuerdo con la biografía publicada por el Reverendo Padre Antonio María Arranz, de título inequívoco, Obispo y mártir. A tenor de este testimonio igualmente recogido en la Causa General no la cito como testimonio de rigor, sino como fuente de información, Florentino Asensio Barroso fue castrado «le flagelaron a su ilustrísima los testículos con una navaja», dice la Causa General antes de ser pasado por las armas. Sin embargo, no está totalmente claro este asunto. Antonio Montero Moreno, autor de una de las más importantes obras en torno a la persecución y asesinato de curas, lo pone en duda y explica en el ensayo ya clásico acerca de esta cuestión Historia de la persecución religiosa en España 1936-1939: «Hay que añadir, como servicio a la objetividad, que el dictamen forense sobre el tema, realizado ante el cadáver en el verano de 1940, tuvo carácter negativo. Extraña en todo caso, que alguien presente en la cárcel al despedirse don Florentino no haga notar un dato tan llamativo como las torturas y la mutilación [se refiere al relato del Padre Mompel, Crónica de nuestros mártires], sino que más bien diga lo contrario: “... con gesto suave y tranquilo ademán se adelantó hacia sus verdugos...” ¿A qué carta quedarse?», se pregunta Montero Moreno. Igualmente plantea controversias acerca del lugar de la muerte, ya que el testimonio de un párroco citado por su biógrafo, lo sitúa en el kilómetro 3 de la carretera de Sariñena y no en el punto que cita como seguro la Causa General. En fin.
Otro cura presente en este volumen es el jesuita resabiado y vengativo Sebastián Cirac Estopañán, cuyo libro Los héroes y mártires de Caspe, relata, entre otras aberraciones, la muerte terrible del comandante franquista Antonio Guiu Guiral, que fue exhibido «por los rojos» en el balcón del Ayuntamiento tras haber sido brutalmente golpeado poco antes de que acabaran con su vida. La ciudad de Caspe constituyó sin duda, un microcosmos en el que se dejaba sentir el pulso de la guerra desde el comienzo mismo de la sublevación y más allá de la disolución por Líster y José Ignacio Mantecón, del Consejo de Aragón que había presidido Joaquín Ascaso. El capitán Negrete, responsable de la Guardia Civil en la comarca y también partidario exaltado del golpe de Estado del 18 de julio, no tuvo inconveniente alguno en hacer parapetos humanos con las mujeres de los republicanos del pueblo y sus hijos, ante los ataques de las columnas milicianas llegadas de Barcelona y Levante dirigidas por el carpintero anarquista Antonio Ortiz quien, finalmente, logró tomar la localidad.
Precisamente el citado José Ignacio Mantecón, a través de una biografía escrita por su nieto, da cuenta del testimonio de otro cura, el obispo de Teruel, Anselmo Polanco, quien había presenciado «impasible» relata Pepe Melero «desde el balcón del Palacio Episcopal, el desfile del Tercio Sanjurjo por la ciudad en los primeros días de la Guerra Civil, con los soldados llevando en la punta de las bayonetas orejas, narices y otros miembros de prisioneros republicanos, calificando el hecho simplemente como naturales excesos de toda guerra».
Quizá, en este capítulo de «excesos» podría también incluirse el asesinato del cura de Loscorrales, José Pascual Duaso, muerto en su propia casa-abadía por tres falangistas vengativos en diciembre de 1936. José Pascual Duaso, nacido en Torla, es el único cura que muere en Aragón a manos de la derecha durante la guerra. Un «mártir» que no alcanzará las glorias vaticanas.
Porque las glorias y laureles estaban reservados para los celosos guardianes del verdadero credo, el católico amparado por el Caudillo. Voy a leerles un poema espigado en el libro La del alba, del inspirado padre escolapio Liborio Portolés Piquer, impreso en la Tipografía Serrano en 1939 y prologado por Miguel Allué Salvador:
«¡Franco! ¡Franco! ¡Franco! ¡Padre! ¡Guía! ¡Jefe! ¡Tú, nuestra esperanza! ¡Tú, nuestro guardián! ¡Vence! ¡Vence! ¡Vence! ¡Sube! ¡Arriba! ¡Vuela! Todos te seguimos como a Padre amante, como a Capitán. ¡Ríe, Franco! ¡Ríe como el arco iris! ¡Magnetiza a España con ese tu imán! Sobre tu sonrisa pone Dios la suya, la Virgen su beso tierno, maternal... Y España, tu madre, dolorosa anciana de arrugada faz, al verte entre gemas de tus generales, perlas de soldados, brillos de collar, (adviértase el carácter anticipatorio de este final de verso) ese escaparate de las bizarrías de este guerrear, se emboba, y exclama: ¡Qué guapo!... ¡Qué guapo! y se echa a llorar».
(La verdad, no es para menos...)
Pero volvamos a los libros señalados por Pepe Melero como de gran interés en el «delantal» de su enorme trabajo. Tras el relato del secretario de Durruti Jesús Arnal, señala José Luis el trabajo de Avelí Artís Gener, periodista, dibujante, pintor y escritor que firmaba como «Tísner». Avelí cuenta con un relato autobiográfico sobre la Guerra Civil titulado 556 Brigada Mixta. Esta «556 Brigada» nunca existió en organigrama alguno del Ejército Popular, pero el autor, tras cambiar los nombres verdaderos de los protagonistas de su novela, también quiso escamotearnos la verdadera identidad de la unidad de combate. Tísner, militante del PSUC, se enroló en la 123 Brigada Mixta de la División «Carlos Marx», que luego sería la 27 División con la creación del Ejército Popular. Combatió en Sariñena, Almuniente, Robres (donde se había establecido el Estado Mayor de la unidad), la ermita de Magallón, la Sierra de Alcubierre –escenario recurrente en muchos de los libros del listado de Melero, particularmente el de Cavero y Cavero, Con la Segunda Bandera en el frente de Aragón. Memorias de de un alférez provisional, el Carrascal de Alerre o el cementerio de Huesca también fueron lugares de guerra para Tísner, así como la batalla de Teruel, Singra...
Narrador poderoso, ofrece descripciones que hielan la sangre y ponen de relieve la crudeza desnuda y deshumanizada de la contienda. Veamos un fragmento de la descripción del bombardeo sufrido por la localidad de Alcubierre en junio de 1937:
«No sé cuántas horas empleamos en desenterrar muertos y heridos. A los heridos se los llevaban en camiones que corrían como posesos. De Bori recogimos un trozo de la piel del cráneo pegada a la pared. Lo separamos con una horquilla y lo identificamos porque Bori era el único pelirrojo que había entre nosotros. Llenamos toda una paridera con las camillas de los muertos y después acudimos a las otras casas derrumbadas. ¡Pobre Alcubierre, aquel día de San Juan! Una de las bombas cayó en la balsa del pueblo y encontramos ranas adheridas a la pared del campanario. Era imposible saber el número de casas que se habían hundido.»
Precisamente, dando cuenta de estas vicisitudes, José Luis Melero despliega sus dotes enormes de narrador y su erudición extraordinaria y sugerente. Hay que decir, que todas las páginas de Los libros de la Guerra, se nutren, no sólo de los argumentos de las obras citadas y las historias de sus autores y protagonistas, también de sus incitaciones a leer otros libros, a conocer otros ambientes. Es el caso del volumen de Artís Gener, que lleva a Pepe a citar un artículo escrito por éste en relación con el asesinato en Barcelona de los hermanos Badía, Miquel, antiguo jefe de Policía de la Generalitat, y de su hermano José. Ambos fueron tiroteados al salir de su casa el 26 de abril de 1936, y en su muerte interviene el militante de la FAI Justo Bueno Pérez, aragonés de Munébrega y el argentino Lucio Ruano, que sustituyó a Durruti como jefe en el frente en Bujaraloz cuando éste emprendió el viaje a Madrid en el que perdería la vida el 20 de noviembre de 1936.
Acerca de Badía y de Ruano ofrece Melero una cantidad enorme de datos que sitúan no sólo los personajes, también el entorno y la época. Y ésta, como digo, es otra de las constantes del libro, la riqueza extraordinaria de datos, fechas, títulos, nombres y tipos que, lejos de cansar o abrumar, redundan en una lectura fructífera y enriquecedora. Así, podríamos referirnos a las biografías de José García Mercadal, que habló del famoso «muro aragonés», el inamovible frente de guerra establecido entre julio de 1936 y marzo de 1938 de norte a sur de Aragón; de Joaquín Ascaso, del que nos ofrece una miríada de detalles y perspectivas para construir la foto del controvertido personaje; o de la escalofriante biografía, en lo que a la Guerra Civil se refiere, del rector de la Universidad de Zaragoza Gonzalo Calamita Álvarez, catedrático de Química Orgánica, conservador a machamartillo y responsable del proceso de depuración del profesorado de su distrito universitario, depuración que se saldó con la destitución o sanción de unos 300 maestros y 40 profesores de enseñanza media y universitaria en Aragón. Calamita, además, desarrolló en la Facultad de Ciencias procesos para conseguir combustible y bombas incendiarias para la aviación franquista, amén de hacerse cargo de la sección del Servicio Nacional de Guerra Química. ¡Todo un personaje!, podría decir Pepe.
Porque la ironía, la chispa inteligente, en medio de tantas miserias y tragedias, es otra de las notas del libro, como por ejemplo al señalar las relaciones de personas de orden que suscriben determinadas obras publicadas de contenido abiertamente derechista, antisemita y fascista, gentes de posibles que apoyan con su cartera la causa de los sublevados: «Fundamental sostiene para quien quiera entretenerse en desenmascarar a los muchos que luego presumieron de “demócratas de toda la vida”». Allí están las listas de bancos, almacenes, compañías de seguros, cafés, bares o concesionarios de automóviles para comprobarlo.
Ironía, decimos, como cuando escribe a propósito del Diario de un combatiente, novela de Blasco del Cacho: «El 28 de mayo de 1937 confiesa [Blasco del Cacho] que “matamos una veintena de rojos en una emboscada que nos ha salido muy bien” y el 4 de julio en Zaragoza da una conferencia “que me sale muy bien. Soy muy felicitado”. «Como se ve,dice Pepe a Blasco del Cacho le salía igual de bien matar rojos que dar conferencias». Amenidades, en fin, que ayudan a digerir los horrores literarios de la guerra.
Una guerra hecha de insultos recogidos sin ambages en los libros. Atropellos a la razón y trallazos de rencor en estado puro. Algunos ejemplos citados por José Luis Melero:
En el libro Ecos de la gesta de Teruel, de Alonso Bea, segundo teniente de alcalde del Ayuntamiento turolense, leemos acerca del Ejército Popular de la República: «El ejército marxista que deshonró Teruel lo integraban pistoleros de la FAI, dinamiteros comunistas, jaques de la UGT, atorrantes mejicanos, lobos de Rusia, brutos de todos los Frentes Populares y el resultado de todas las levas en los bajos fondos sociales de los países democráticos».
De Pasionaria, «la de los vestidos de tisú requisados para cubrir sus carnes de vestal, que se cubría con un abrigo de pieles de gran hetaira», afirma el mismo personaje: «Es la mujer de los cien maridos o cosa así, que de carroña de prostíbulo y criada para todo en un mesón llegó a tener fácil acomodo en las austeras Cortes republicanas».
José María Monterde, autor de A través del micrófono. Latidos de un español. Alocuciones pronunciadas desde las emisoras “Radio Aragón” de Zaragoza, escribe a propósito de Azaña: «Ya de jovenzuelo, cuando te educabas en los Agustinos de El Escorial, te revelaste como un monstruo. Cuentan de ti que cuando era necesario corregirte, sólo había un castigo capaz, por su dureza, de hacerte purgar la falta. Y ese castigo consistía en obligarte a dar un beso a tu madre cuando ésta te visitaba».
Conviven, en el mismo bando, tan brutales invectivas con la más almibarada y cursi de las adulaciones. «El Tebib Arrumi», seudónimo de Víctor Ruiz Albéniz, abuelo del actual alcalde de Madrid, escribió en una entrevista a Franco que recoge Melero: «La mirada de Franco relampaguea. Es un curioso fenómeno este de los ojos del Caudillo. Su mirada es siempre luminosa, pero hay momentos en que salta en sus pupilas la que yo llamo chispa o fulgor legionario y entonces, por prodigio extraordinario, adquiere su mirar unos centelleos, un deslumbre que atrae, capta y fija los mirares ajenos, en fenómeno deslumbrante parecido al que se sufre cuando de noche nos enfocan unos potentes faroles».
Con todo, no se libra Franco del insulto, naturalmente. El periodista Juan Soler le dedica estos sentidas líneas: «¡Franco, Franco! ¿En qué hediondo cubil naciste? ¿Fue una loba rabiosa la que te amamantó o fue una hiena hambrienta de carne humana?» No hacen falta apostillas ni comentarios.
Vayamos concluyendo citando el tercero de los libros señalados por José Luis en el preámbulo de este gran trabajo que nos ofrece en la Bibliografía comentada de la Guerra Civil en Aragón. Cierra la terna el relato de José Pascual Aguilar, natural de Alcorisa, Yo fui asesinado por los rojos, un libro que da cuenta de la peripecia de Pascual Aguilar en el Monasterio del Collell, donde junto a Sánchez Mazas fue fusilado sin éxito a finales de enero de 1939 por un ejército republicano vencido, en retirada y exhausto. La historia de Pascual Aguilar es como la de Sánchez Mazas, ahora bien conocida por todos tras el éxito editorial de Soldados de Salamina, de Javier Cercas y la película del mismo título de David Trueba. Señalaré, a propósito del monasterio del Collell, que fue otro aragonés el que liberó a los presos allí retenidos por el ejército republicano una semana después del «fusilamiento» de Pascual Aguilar y Sánchez Mazas, el capitán Juan Maynar Ferrer, fallecido el pasado enero a los 90 años. Los libros de la guerra. Bibliografía comentada de la Guerra Civil en Aragón es un trabajo, sin duda necesario para comprender los entresijos de un conflicto que conmovió y todavía conmueve. Agradezcamos, pues, a José Luis Melero este libro de libros de tan felices como fecundas hechuras. ¡Léanlo! Muchas gracias.
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