La tumba de Fermín Galán y el cementerio civil de Huesca
Víctor Pardo Lancina
La reciente declaración de bien de interés cultural otorgada por la Dirección General de Patrimonio del Gobierno de Aragón a las sepulturas de los capitanes Fermín Galán y Ángel García Hernández, sublevados en Jaca en diciembre de 1930 y fusilados en Huesca, si bien resulta necesaria para evitar nuevas y arbitrarias actuaciones supuestamente rehabilitadoras aunque ejecutadas sin directrices ni control técnico, deviene insuficiente y aun anómala. Insuficiente, dado que solo se protege la tumba, en el caso de Galán en particular, y no se amplía la cobertura al conjunto del cementerio civil, un espacio de memoria de insoslayable valor cultural cuya preservación debería ser imperativa. La anomalía radica en que la declaración otorgada no contempla la restitución de la lápida a su estado original sancionando además, incomprensiblemente, la presencia de una adherencia cerámica que desde el año 2010 oculta una cruz que forma parte del conjunto sepulcral, hurtando así información al visitante, distorsionando la historia, el carácter evocador de la misma y lo simbólico que atesora la singular pieza.
La lápida que cierra la sepultura de Fermín Galán fue colocada por su madre y sus hermanos poco después del enterramiento, que tuvo lugar el 15 de diciembre de 1930, al día siguiente de haber caído fusilado junto con el capitán Ángel García Hernández. A diferencia de García, Fermín Galán rehusó los auxilios espirituales en el momento de la ejecución, por lo que, de poder opinar, es posible que se mostrara reacio a la presencia del símbolo religioso en la lápida, pero los suyos dejaron su inequívoco mensaje grabado al pie de la composición que preside la cruz: «Capitán de Infantería. 4-Octubre-1899, 14-Diciembre-1930. D. E. P. Su madre y hermanos (propiedad)». De acuerdo con ello, parece razonable que nadie pueda arrogarse el derecho moral, superior en esta ocasión al legal si se pudiera invocar, para modificar la voluntad familiar, mucho menos ochenta años después de escrita la leyenda y tras haber superado una larga historia de contingencias de muy variada naturaleza que conviene recordar.
Las sepulturas de los protomártires republicanos fueron motivo de peregrinación y concentraciones ciudadanas desde el momento mismo de la inhumación, pero en particular en fechas señaladas como el 14 de abril, día de la República, el 12 de diciembre, aniversario de la sublevación o el 1 de mayo, fiesta del trabajo. Así, ya un premonitorio 5 de abril de 1931, ferroviarios llegados desde lugares diversos de la geografía española se dieron cita en las tumbas de Galán y García, pero también homenajearon a los soldados muertos en el enfrentamiento de Cillas donde acabó trágicamente la aventura insurreccional: Simón Navalpotros Mayor, Pascual Ejarque Terés y Valentín Barrera García, igualmente al conductor de autobús Eugenio Longás Periel, cuarta víctima de las balas gubernamentales. Los ferroviarios depositaron flores y leyeron discursos, también un mensaje enviado por Ramón Acín desde su exilio en París, donde había recalado a causa de su participación en la sublevación de Jaca. Acín y Galán fueron grandes amigos.
El nicho donde reposan los restos de Eugenio Longás, que puso su vehículo de transporte público al servicio de la acción revolucionaria, no ha sido objeto de la benefactora atención institucional, sí, como se ha señalado, el del capitán García Hernández, inhumado al lado de Longás. García fue distinguido a su vez con otro óvalo cerámico que retrata antes a sus gestores que el motivo de la tragedia que tan pobremente pretende rememorar.
Entre los documentos conservados en el legado Acín que custodia el Museo de Huesca, se puede ver un recorte de prensa, fechado por el propio artista el 15 de junio de 1933, con el titular «Una gran señora», en referencia a la madre de Fermín Galán, María Jesús Rodríguez, de visita en Huesca acompañada por su hijo José María, teniente de Carabineros y militante del PCE. «La vimos en la Catedral –reza la nota–. Postrada y serena. Su porte responde al rostro lleno de plácida resignación y dulzura. Sabe sonreír para disimular mejor la tragedia de su corazón. Así nos pareció la dama enlutada, en la que repentinamente conocimos a la madre de Galán. Una gran señora».
La conmemoración del día de la República en 1934 trajo a la ciudad un acontecimiento deportivo impregnado de tinte político, la carrera ciclista organizada por el diario barcelonés republicano El Diluvio. Una larga etapa con salida en Jaca a las cinco de la madrugada y llegada a Barcelona, tenía en el cementerio de Huesca una cita previa de respeto y gratitud. En los dos años siguientes también se celebró el encuentro al pie de las tumbas, recordatorio al que se sumaron familiares de los homenajeados. La relevancia del acontecimiento quedaba subrayada por la participación del presidente de la Generalitat, Lluís Companys, quien entregaba el trofeo al ganador en las faldas de Montjuic. Pero no eran los primeros ases de la bicicleta que pedaleaban hasta Huesca, un numeroso grupo llegado desde la localidad sevillana de Camas en 1931, ya había colocado enormes coronas de flores para honrar los varios enterramientos.
La edición madrileña del diario ABC publica una inquietante información el 8 de mayo de 1934, según la cual los restos de Galán y García Hernández serán trasladados a Madrid, de acuerdo con lo señalado por el ministro de la Presidencia Ricardo Samper Ibáñez, quien refiere la entrevista mantenida «con una comisión numerosa de republicanos» promotores de tal intención. Otros periódicos como La Voz o El Liberal se sumarán con entusiasmo a la campaña emprendida, al parecer con el beneplácito de la madre de Fermín Galán y de Carolina Carabias, viuda de García Hernández.
En la ciudad, la noticia no siembra apenas ninguna inquietud, al menos la prensa no la recoge, salvo el dolorido alegato redactado por el colaborador y empleado de Obras Públicas Casto Ponce Puicercús –siempre algún digno levanta el velo del conformismo rancio– el 15 de agosto en El Diario de Huesca. «¡Mujeres del pueblo! –clama Ponce– ya no limpiaréis con vuestros pañuelos la tumba de Fermín, ni verteréis lágrimas en la soledad del silencio. (…) Sus restos descansarán en soberbio mausoleo, pero si el milagro de Lázaro se reprodujera veríais cómo estos heroicos capitanes, parodiando a Emilio Zola, lanzarían el anatema del “j’accuse” y la desbandada sería hecha. Dejadlos que se lleven la podre, su espíritu quedará entre nosotros, aunque la historia haya roto una de sus páginas más brillantes».
Otra nota discordante con el movimiento de los restos, en este caso producida en Madrid y por motivos distintos, la dieron los propios compañeros de los capitanes, un grupo de militares que imprimió un panfleto, de circulación restringida en los cuarteles, del que se hace eco el diario El Socialista el 13 de mayo, en un artículo bajo el título «¿Puede este Gobierno presidir el traslado?». La respuesta, claro, era una contundente negativa. «Como correligionarios y compañeros de aquellos mártires de la República nos opondremos con todas nuestras fuerzas. Permitir que ese conglomerado político formado por el señor Lerroux presida la manifestación sería una cobardía y una traición tan vergonzosa que nos pondría al nivel del exministro de Justicia, correligionario del gabinete actual que calificó de vituperable la rebelión de Jaca, el gesto más heroico y democrático que registra la Historia». El citado exministro, Ramón Álvarez Valdés, había comparado la sublevación de Jaca con la de Sanjurjo de 10 de agosto de 1932, lo que provocó un escándalo en la opinión pública que le obligó a dimitir.
Pero en la capital madrileña, cuyo alcalde formaba parte de la comisión patrocinadora del traslado, se preparaba un gran acto de homenaje a los capitanes y a los cuatro infortunados caídos en la revuelta. Los restos de estos precursores de la República se ubicarían temporalmente bajo los tres arcos de la Puerta de Alcalá, Galán y García en el centro en una gran cripta, mientras se terminaba de habilitar un espacio definitivo en la plaza de los nuevos Ministerios o plaza de la República. La fecha fijada para la exhumación en Huesca sería el 15 de septiembre y al día siguiente la ceremonia de reinhumación. Pocos días antes, el 4 de septiembre, el presidente de la República, Niceto Alcalá-Zamora, de viaje por el Alto Aragón, presentaba sus respetos ante la tumba de Galán en el cementerio civil.
El ambiente social, no obstante, estaba presidido por la crispación, huelgas, atentados y problemas de orden público que las derechas gobernantes eran incapaces de atajar, mientras se adueñaban de la realidad política diaria. Así las cosas, al tiempo que el Ayuntamiento de Huesca nombraba al alcalde Manuel Sender representante municipal en la ceremonia de homenaje en Madrid, se anunció un aplazamiento del programa preparado e incluso ante el temor a una acción violenta alentada por la junta pro traslado, el gobernador civil ordenó la vigilancia policial del cementerio. El consejo de ministros del 14 de septiembre de 1934 acordó suspender en todo el territorio nacional los actos públicos de cualquier índole incluido el previsto en la Puerta de Alcalá, que de este modo quedó arrumbado definitivamente.
Un grave suceso tuvo lugar en la noche del 8 de abril de 1935, cuando un grupo de incontrolados penetró en el recinto del cementerio y logró desplazar la losa que cubría la tumba de Fermín Galán arrojándola en las inmediaciones. El hecho fue descubierto por los operarios municipales en la mañana del día siguiente, hallando además una nota sobre la lápida arrancada en la que se leía: «Viva España digna. Muera la República y el marxismo». El juez de instrucción, personado en el cementerio y luego de comprobar que la lápida y la sepultura no habían sufrido desperfectos ordenó la reposición en el lugar correspondiente. «Los restos del capitán Galán –describe el periódico La Tierra– reposan sobre el suelo y están cubiertos por una fuerte losa empotrada en cemento y sobre ella existe un paramento también de cemento de quince a veinte centímetros de altura sobre el que descansa la losa exterior, con la inscripción del llorado capitán y que cierra su sepultura».
El juzgado abrió dos sumarios, el primero por violación de sepultura, el segundo, a tenor del texto encontrado, por un delito «contra la forma de gobierno». La policía, en medio de una catarata de condenas ciudadanas, así como de la denuncia de organizaciones políticas y sindicales, detuvo a nueve falangistas a los que inmediatamente puso en libertad, para dirigir sus sospechas hacia personas del mundo anarcosindicalista, activistas de la CNT.
El diario republicano El Pueblo denunciará con rotundidad lo que considera maniobras indagatorias «ruines», propias de «impostores y falsarios», señalando la culpabilidad en «los de la fachendosa fachada de enfrente», «los guapos (¡oh!, la chulería incorporada a la política)» que se mueven «gracias a las excesivas tolerancias del régimen». «Quienes se atreven a escribir un “muera el marxismo” no son, no pueden ser los afiliados a las agrupaciones obreras o proletarias que tienen por norte y guía de sus pasos las ideas redentoras de emancipación social». El 10 de abril se celebró una gran manifestación de repulsa en la que participaron todas las autoridades civiles y militares encabezadas por el propio gobernador. Las causas judiciales abiertas quedarán sobreseídas sin haber dado la policía con los autores de los hechos.
José María Galán viajará de nuevo a Huesca el 11 de abril y junto con el alcalde Manuel Gómez, visitará el cementerio y otros lugares relacionados con la sublevación de Jaca. Gómez, además, se compromete ante Galán a colocar unas abrazaderas o garfios para sujetar la lápida a la sepultura, con el fin de hacer inviable un atentado similar al ocurrido.
El pleno municipal que se celebra al día siguiente se pronuncia contra el acto vandálico y también contra un intento de incendio ocurrido el 9 de abril en la nave aledaña a la iglesia de Santo Domingo, donde se guardan los pasos de la Semana Santa que habían sido ligeramente afectados por el fuego. Hasta el consistorio habían llegado numerosos telegramas desde muy distintos lugares de España clamando contra la barbarie y solidarizándose con los republicanos de Huesca. También son enviadas decenas de coronas de flores y otras son traídas por delegaciones desplazadas desde ayuntamientos como el de Almuradiel, Béjar, Figueras, Granada, Jaca, Lérida, Logroño, Madrid, Salamanca, Tarazona… o representantes de la madrileña Agrupación de Mujeres Republicanas de Izquierda, Unión Federal de Estudiantes Hispanos, Centro Republicano Autonomista de Barcelona, etc.
El 14 de abril, día de la República, se celebró en 1935 con particular intensidad. Uno de los actos más sobresalientes fue la colocación en el parque municipal de la primera piedra del monumento a los mártires de la libertad, homenaje tanto a los republicanos muertos en la revolución de 1848, recordados en el monolito erigido en antiguo cementerio, como a los caídos en diciembre de 1930. El proyecto, cabe añadir, nunca se llegará a materializar. Pero el momento crucial de la jornada tuvo lugar en el cementerio ante las tumbas de Galán, García Hernández, el chófer Longás y los soldados muertos en la refriega de Cillas. Junto con las autoridades locales presidió la ceremonia la exdirectora general de Prisiones Victoria Kent, quien antes había participado en un mitin que llenó el Teatro Principal.
Todos los avatares habidos en torno a la tumba de Fermín Galán no habían logrado borrar ni una sola letra de la inscripción esculpida en la lápida, tampoco la cruz sobre la que hombres y mujeres de todo el espectro político y sindical democrático habían depositado flores y lágrimas desde el frío final de diciembre de 1930. Tampoco la guerra iba a modificar el aspecto del enterramiento.
«Cuando llegamos al cementerio de Huesca, descubrimos que uno de sus muros estaba literalmente acribillado a balazos. Al pie de la pared, la tierra, amasada con sangre, tenía un color parduzco. La cal aparecía salpicada, aquí y allá, de cabellos y de sesos humanos. En aquella tapia, los sublevados habían estado fusilando a los izquierdistas de la capital. Dentro del cementerio, unas inacabables fosas comunes daban testimonio de lo implacable de la represión fascista». La crudeza de la descripción obedece al relato del miliciano José María Aroca, quien en sus memorias Las tribus (1972), refiere la llegada de la Columna Ascaso al entorno de Huesca con el propósito de cercar la ciudad antes del ataque final para conquistarla.
El cementerio quedará en poder de las milicias anarquistas desde finales de agosto de 1936 hasta la caída del frente de Aragón en marzo de 1938. Las bombas fascistas disparadas desde las posiciones artilleras del interior de la ciudad y las situadas en la loma de San Jorge, provocarán estragos en los cuadros de enterramientos y en los grupos de nichos convertidos en trincheras. Pero la tumba del capitán de Jaca y su destacada cruz, tampoco sufrirán daños en este tiempo de actividad bélica incesante y presencia de milicias revolucionarias, así lo revela una fotografía publicada el 18 de marzo de 1937 en el periódico editado por el POUM en Vicién Artillería Roja: portavoz de los combatientes artilleros del frente de Aragón. «Cementerio de Huesca que está en nuestro poder –se lee al pie de la imagen–. La tumba de Galán es continuamente visitada por los milicianos que depositan algún recuerdo». Al lado de un mensaje grabado en piedra sin firma «A la memoria de Fermín Galán. No te olvidamos», y otro idéntico rubricado por «Tus compañeros», se puede leer el que reza: «Recuerdo de la 3.ª Brigada Germinal Vidal a los héroes Galán y Hernández. POUM» y debajo «Artillería Roja, periódico de campaña, en recuerdo a los héroes».
Poco tiempo después, no obstante, las placas aparecerán rotas y el entorno de la tumba, que permanece incólume, también mostrará la acción de las bombas. «Buscamos las tumbas de García Hernández y de Fermín Galán –escribe el periodista Avel.lí Artís-Gener (1990)–. Las encontramos, un nicho y un pequeño panteón, abandonados y con las placas rotas, pues la sevicia también funciona contra los símbolos. Lo arreglamos un poco y pusimos unos ramos de flores silvestres recogidas en el mismo cementerio sobre las tumbas, en una acción espontánea que ahora que la vuelvo a pensar ignoro si era absolutamente tierna u horriblemente ridícula».
El 29 de noviembre de 1940 se registra en el libro de enterramientos del cementerio el título de propiedad a perpetuidad para la viuda Carolina Carabias, del nicho de su marido fusilado Ángel García Hernández. Acerca del enterramiento de Galán no hay asiento alguno anotado en el índice de sepulturas. Tampoco se conoce la fecha de los traslados a sus lugares de origen de los restos de los soldados Simón Navalpotros Mayor, Pascual Ejarque Terés y Valentín Barrera García.
Dos noticias encontraremos pasados los años a propósito de la tumba de Galán, ambas de la mano de quien fuera alcalde de la ciudad, el derechista José Antonio Llanas Almudévar (†). Sostiene Llanas en el periódico Nueva España el 16 de abril de 1972, rememorando con cáustica ironía la llegada de la República, que la tumba de Galán apareció destrozada «en circunstancias misteriosas poco antes del Movimiento», se entiende que refiriéndose al atentado sufrido en 1935. «Cuando me hice cargo del cementerio –como concejal delegado, pues no fue alcalde hasta 1976–, ordené la cubriesen con una losa nueva, con lo que está decorosa a la vista de los curiosos o los recalcitrantes que la visitan». Llanas, sin duda, exagera su acción benefactora dado que la lápida nunca ha sido sustituida. En marzo de 1979, en plena campaña electoral municipal, se referirá de nuevo a este hecho como «restauración» de la tumba, en un artículo que revela la presencia en Huesca de Francisca, «Paca» Galán. «Hace tiempo visitó mi casa la hermana de Fermín Galán y en mi ausencia dio un beso a mi mujer, un beso que traía desde el otro lado del Atlántico para el alcalde de Huesca que, con tanto respeto, cuidaba la tumba de su hermano».
Lo cierto es que el cementerio civil, tanto para el alcalde Llanas Almudévar, como para su sucesor Enrique Sánchez Carrasco, socialista, y los posteriores regidores Luis Acín y José Luis Rubió (†), ambos conservadores, no merecerá prácticamente ninguna atención. Así, entre mayo y junio de 1997, los operarios municipales adscritos a este servicio, se encargarán por su cuenta y en el tiempo libre, de limpiar, sanear y nivelar el terreno sacando a la luz cuatro cuadros de enterramientos, casi un centenar de sepulturas en total alineadas en parcelas mediante hileras de piedras. Igualmente se rescataron cuatro osarios que a modo de pozo ciego trabajado en piedra sillar rematan los ángulos del recinto. Las catas arqueológicas en la tierra y la datación de restos serían necesarias para determinar si como sostienen algunas fuentes, nos hallamos ante enterramientos de fusilados durante la guerra y la posguerra.
Como queda anotado, la lápida de Fermín Galán atravesó tiempos convulsos sin modificar su aspecto, sorteando la acción de tirios y troyanos, eludiendo las bombas, resistiendo gobiernos contrarios a la democracia así como la acción de la intemperie y el abandono inmisericorde, pero en 2010 una actuación tan desafortunada como arbitraria, vino a alterar el estado de cosas. Se canceló la cruz y por tanto se alteró el conjunto, adhiriendo un óvalo cerámico en el que se lee: «El Círculo Republicano Manolín Abad de Huesca en memoria de Fermín Galán Rodríguez en el LXXX aniversario de la sublevación de Jaca. Huesca, 12 de diciembre de 2010». Otro medallón le fue endosado a García Hernández, nicho ahora protegido como bien de interés cultural de carácter histórico. Una historia que se da de bruces con un ornato de más que discutible gusto y prescindible elocuencia.
El cementerio civil, ha quedado señalado más arriba, es el más sobresaliente lugar de memoria de la ciudad de Huesca, no solo con relación al tiempo de la guerra, aunque también por ello, sino porque se pueden rastrear inhumaciones que guardan biografías de enorme interés al menos desde agosto de 1890, cuando el maquinista inglés experto en artilugios para la mecanización del campo Mr. Thomas Noddings, fue asesinado en Huesca el 12 de agosto a los 44 años. En la nómina del recoleto espacio laico se cuentan enterramientos de suicidas que se arrojaron al tren o se dispararon con una pistola; el joven republicano Pablo Martínez, que fallece en abril de 1892 a los 23 años, víctima de una afección cardíaca, y cuyo funeral constituyó una manifestación de duelo como no se había conocido en la provinciana ciudad de Huesca. Particular atención merecen las lápidas del veterinario y masón Feliciano Vicén (1922), su esposa Trinidad Trasmontán (1934) y el hijo de ambos Silvio (1912), cuyo hermano Víctor Vicén Trasmontán será fusilado el 31 de agosto de 1936 en un indeterminado lugar de la ciudad (Pardo y Mateo, 2016).
En el listado de republicanos que como el capitán Galán recibieron sepultura en este espacio singular destaca el periodista, escritor, funcionario y bohemio Mariano Añoto Sanagustín, víctima de la tuberculosis «esa enfermedad en que uno se ve morir y en la cual parece broma la muerte», como dejó escrito su gran amigo el artista Ramón Acín. La vida de Mariano Añoto se agotó el 18 de enero de 1927 y por propio deseo fue inhumado en una sencilla ceremonia «sin coronas ni adornos». Otro notable republicano reposa muy cerca de sus correligionarios, el que fuera presidente de la Diputación Sixto Coll, también Roque Bescós Santalucía, muerto el 2 de enero de 1952, hermano de Lorenzo Bescós, víctima de la barbarie fascista que el 23 de agosto se llevó por delante la vida de noventa y cinco personas. Precisamente la evocación de ese aciago día y el recuerdo de los represaliados en Huesca, queda patente en el memorial erigido en la tapia oeste que circunda este espacio mortuorio y que a modo de sutil intervención artística recoge los nombres de todas las víctimas de los pelotones de ejecución entre 1936 y enero de 1945, fechas de las últimas muertes habidas en la ciudad como consecuencia de sentencias dictadas en consejos de guerra.
Por cuanto se ha relatado, la tumba de Fermín Galán debería recuperar su aspecto primigenio y el cementerio civil quedar sujeto a una protección que evitara cualquier actuación susceptible de alterar o modificar su aspecto, más allá del necesario ajardinamiento y tras haber sido sometido a un estudio arqueológico que determine las circunstancias precisas de los enterramientos en sus cuadros exentos y osarios perimetrales. El cementerio civil debería constituir el arranque de una ruta de la memoria explicada en paneles y divulgada como una riqueza patrimonial y cultural de primer orden en el imaginario colectivo de una ciudad necesitada de referentes e historias construidas con rigor y dignidad.
Bibliografía:
Aroca, José María (1972), Las tribus. Los anarquistas españoles en el frente y la retaguardia, Barcelona, Acervo. Artís Gener, Avelí (1969), 556.ª Brigada Mixta, Barcelona, Portic. — (1990), Viure i Veure, Barcelona, Portic. Pardo Lancina, Víctor y Mateo Otal, Raúl (2016), Todos los nombres. Víctimas y victimarios (Huesca, 1936-1945), Huesca, ed. autor.
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