Franco, hijo adoptivo de Huesca
|
El 22 de junio de 1953, el Jefe del Estado y Caudillo de España, el dictador Francisco Franco, afrontaba una dura jornada protocolaria en tierras altoaragonesas. A las 9,30 salió de Zaragoza en dirección al Temple en cuya iglesia rezó una salve dirigida por el obispo de la diócesis y “entregó” este pueblo construido por el Instituto Nacional de Colonización. Durante 15 minutos visitó posteriormente Ontinar de Salz y a las 12,15 era recibido en Huesca, en la plaza de Navarra, por el gobernador civil y jefe provincial del Movimiento Ernesto Gil Sastre, quien ofició de anfitrión presentando al ilustre invitado a las autoridades locales y provinciales. Las esposas de los allí presentes hicieron lo propio ante Carmen Polo de Franco y su séquito. Tras pasar revista a la tropa, una compañía de Infantería rindió honores al Generalísimo. En el salón del trono de la Diputación Provincial presidida por Fidel Lapetra, tuvo lugar una recepción oficial en la que intervinieron los jefes de los distintos departamentos ministeriales, así como el alcalde de Huesca, José Gil Cávez. En este acto, Franco recibió el escudo de la ciudad y el título de hijo adoptivo de Huesca, así como la medalla de oro de la provincia que venía a complementar el correspondiente nombramiento de hijo adoptivo otorgado ya en junio de 1939. A continuación procedió a inaugurar el sanatorio antituberculoso, visitó la clínica provincial y a las 13,30 inauguraba la audiencia. Antes de la comida, celebrada en el salón de recepciones del gobierno civil, cuya sede también inauguró en este frenesí imparable, tuvo tiempo para otro momento de fervor religioso. “Llegarán SS.EE. determina el denso programa oficial cumplido a rajatabla a la S.I. Catedral, en donde serán recibidas bajo Palio y Lignum Crucis, por el Sr. Obispo y Plenos del Cabildo y del Ayuntamiento, pasando al Altar Mayor, en donde habrá sido colocado previamente el Santísimo Cristo de los Milagros, de cuya Cofradía, así como de la de San Lorenzo, ha sido nombrado el Generalísimo Prior de Honor Perpetuo y la Excma. Sra. Dª Carmen Polo de Franco, Camarera Mayor de Honor de las mismas, a quienes les serán entregadas las medallas y los títulos respectivos. Se rezará un Tedeum”. Franco y Carmen Polo, cargados de consideraciones, honras y distinciones, aclamados por las arcádicas masas de productores y gentes de la provincia toda, abandonaban la engalanada ciudad de Huesca a las seis de la tarde. Para otorgar tan altos reconocimientos locales y provinciales, mucho se habían movilizado los próceres del Movimiento y los más conspicuos dirigentes de Falange Tradicionalista y de las JONS, en cuyo consejo provincial se afanaban junto al gobernador los camaradas Justo Pérez Arnal, Gorgonio Tovar Pardo, José María Lacasa Coarasa, Mariano Ponz, Leonardo Estallo Pueyo, César Pintado, Virgilio Valenzuela, Lorenzo Muro Arcas, Salvador María de Ayerbe, etc. Y de entre todos ellos, el más significado y laborioso muñidor fue el propio alcalde de Huesca, Gil Cávez, quien tampoco dudó en desenterrar un acuerdo de la comisión gestora municipal de 16 de febrero de 1938, en virtud del que se creó “el distintivo del Escudo de la ciudad de Huesca para premiar servicios prestados por las personas militares y civiles que se distinguieron en la defensa de la misma”. A propuesta del máximo regidor, el 31 de marzo de 1953 el pleno municipal aprobó por aclamación que “teniendo en cuenta las excepcionales circunstancias que concurren en el Excmo. Sr. Francisco Franco Bahamonde, Generalísimo de los Ejércitos y Jefe del Estado Español, se le conceda el primer Escudo de Oro de la Ciudad de Huesca y su pergamino correspondiente”, al tiempo que se le nombra hijo adoptivo de la ciudad “que tantos motivos de gratitud y reconocimiento tiene hacia el salvador de la Patria”. No menos inflamados elogios patrióticos desgranó el presidente de la Diputación en el pliego de razones que abonaban la oportunidad de la concesión de la medalla de oro “especial y única” de la provincia. Medalla que venía a rubricar el título de hijo adoptivo con el que ya se había distinguido a Franco en el tercer año triunfal. El gobernador, finalmente, resumió el espíritu de la jornada y el ideal que atizó los gestos de tan elevada estima: “Como españoles, como falangistas, como oscenses, todos debemos sentir el mismo anhelante afán ante este magno acontecimiento político, en el que se nos va a deparar la oportunidad de mostrar nuestros grandes sentimientos de amor y lealtad a la figura excelsa del Jefe Nacional, intérprete genial de la Victoria y conductor seguro de la Paz. Franco es el artífice heroico y providencial que, de una Patria en ruinas, ha hecho surgir esta España potente, laboriosa, unida y esperanzada en la que el trabajo y la virtud se aúnan en el servicio intenso a los más altos ideales de Religión, Grandeza y Libertad”. Así las cosas, queda meridianamente claro que del callejero oscense todavía no se han eliminado todas las referencias nacional católicas que aluden a personajes y hechos vinculados con el bando vencedor. Pero aún se hace más patente si cabe, la necesaria revisión de los libros de honores y privilegios del Ayuntamiento y la Diputación Provincial, donde no sólo aparece anotado el caudillo, también figuras de la catadura fascista de José Ibáñez Martín. Por dignidad democrática, por respeto a las víctimas de la sublevación militar y el ilegítimo régimen franquista, así como por decoro cívico, ambas instituciones deberían anular en sesión plenaria los acuerdos en virtud de los que se concedieron los títulos de hijo adoptivo al general golpista Franco y sus adherentes. Igualmente, siquiera de modo testimonial, se debería retirar el escudo y la medalla de oro de la provincia y exigir a la Fundación Francisco Franco, depositaria del legado del dictador, la devolución de ambas distinciones. Es obligación de los partidos y los políticos democráticos, con ley o sin “ley a favor de quienes padecieron persecución o violencia durante la Guerra Civil y la Dictadura”, la condena sin paliativos de un régimen totalitario, cruel y ominoso como el padecido en España durante casi 40 años desde el 1 de abril de 1939.
Víctor Pardo Lancina
|
|